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21 septiembre, 2006


La Vida en un Señorío

A lo largo de la Alta Edad Media, cuando se iba forjando el feudalismo, Europa se caracterizaba por un bajo nivel de población (se calcula, por ejemplo, que había menos de veinte millones de habitantes en el tránsito del siglo VIII al IX). La rentabilidad de los señoríos era por ello prácticamente nula. Al margen de los factores climatológicos, el hombre, la herramientas y la tierra constituían los agentes fundamentales de la producción agrícola y ganadera.
La escasez de la mano de obra, el estancamiento tecnológico desde la antigua Roma y el reparto del territorio en haciendas entre un puñado de individuos determinaron una economía de gran austeridad donde cada dominio actuaba como una célula autosuficiente y casi independiente.
El Señor era la cabeza de este sistema que contaba con numeroso brazos para funcionar: los del campesinado. Este estamento, el tercero del orden feudal tras el nobiliario y el eclesiástico, se componía de hombres libres y esclavos, los siervos de la gleba. Los unos, pequeños terratenientes o humildes labaradores dueños de algún otro aper, buscaban el amparo del aristócrata, entregándole sus tierras si las poseían mediante la recomendación, la versión plebeya del vasallaje.
El Noble, máxima autoridad del Señorío, a la vez caudillo político, jefe militar, legislador, juez y recaudador de impuestos, se comprometía a cambio de protegerlos, a dotarlos de parcelas que cultivar ya solucionar sus disputas.
Por su lado, el Villano debía serle fiel, asistirlo en sus deliberaciones, acatar decisiones y defenderlo en la guerra. Tenía que trabajar su Manso sin reperesentar una carga ni generar pérdidas al príncipe. Además, estaba obligado a abonarle rentas por el usufructo del lote y el alquiler de su vivienda ( las infurciones), cánones por emplear las instalaciones de la reserva (molino, horno, lagar, fragua, aguas, pastos, bosques...) y también sumas arbitrarias, como la talla, si el señor lo demandaba alegando necesidad. los pagos podían concretarse en especies ( censo de frutos, un porcentaje de los cultivos), en trabajo (Corvea, Sernas), en dinero cuando se restableció la circulación general de moneda o a través de una combinación de estos medios.
Los señoríos se dividían en dos grandes sectores, las tierras comunales y la reserva. Las primeras, ocupadas por los mansos de los campesinos semilibres; y las segundas de uso exclusivo del noble. En las tierras del noble solía ubicarse un bosque del cual se obtenía leña y otros recursos para el invierno y dónde se practicaba la caza.
Los cereales, las legumbres y las verduras constituían el grueso de las cosechas, complementadas por viñedos y olivares en las zonas más romanizadas cuyo clima los permitiera. ya en la Baja Edad Media, el rendimiento de los señoríos aumentaría considerablemente gracias a los progresos tecnológicos procedentes sobre todo de los monasterios benedictinos.
La Europa Medieval experimentó un proceso de construcción de castillos en los cuales se encontraban el molino de grano, la cervecería, la panadería, la herrería, entre otros servicios a los que accedían los siervos pagando un determinado canon. El castillo señorial se convirtió en el eje de las demarcaciones laicas, por ser al mismo tiempo la casa y la corte del aristócrata, su cuartel general, el tribunal de justicia, centro impositivo y adminstrativo, y el núcleo de la incipiente industria de explotación rural.
Las diferencias entre la vida de un noble y un miembro del estado llano eran abismantes. Mientras el noble en tiempos de paz se ocupa de disfrutar su ocio, cazar en su tierras, ejercitarse en las armas, jugar al ajedrez y deleitárse con grandes banquetes; el campesino, en cambio, vivía en cabañas no superiores a los cuatro metros cuadrados, de una sola pieza, en dónde convivían la rústica mesa, la cocina y la cama. Sus vestiduras eran delgadas, túnicas en verano y si se podían costear gruesas de lana o piel para el invierno. Mundos completamente distintos que dieron vida al Señorío en los tiempos que llamamos Medioevo.

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